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“Ten muy presente que tu enfoque determina tu realidad”, decía Yoda.

El pensamiento puede ser controlado y dirigido. Y su poder es tal, que permite alcanzar cualquier objetivo que te propongas. Donde pones tu enfoque, estás depositando tu energía y con ello estás creando realidad.

En aprender a controlar y dirigir ese foco, en saber dónde y cómo enfocar el pensamiento, está la clave para alcanzar cualquier sueño u objetivo.

El poder del pensamiento o de la atención cuenta con tres dimensiones que podemos diferenciar fácilmente:

  1. El foco interno
    Hablamos aquí de intuición, de valores, de sueños. Esta primera dimensión hace referencia, en definitiva, a nuestras propias necesidades.
  2. El foco externo
    Esta es la dimensión que nos ayuda y permite percibir lo que nos rodea.
  3. El foco en los Otros
    Es esta dimensión la que nos permite entender a los demás, la que evita que prejuzguemos, la que nos ayuda a tener mejores relaciones y más sanas. Se trata, en definitiva y resumiéndolo en una sola palabra, de empatía.

La capacidad de mantener ese enfoque del que hablamos controlado y dirigido a conciencia, depende y reside en las regiones prefrontales del cerebro. Y esa capacidad se puede trabajar, conseguir, mejorar…

Las personas capaces de concentrarse en una actividad, tarea u objetivo controlando el enfoque, son personas más inmunes a los altibajos emocionales, con una mayor habilidad para desechar pensamientos negativos, poseen más control sobre sí mismas a la hora de enfrentarse a situaciones adversas, cuentan con mayor habilidad a la hora de ver o encontrar soluciones diferentes e innovar, pueden evitar con más facilidad dispersarse o distraerse, etc.

Según los estudios del neurocientífico Richard Davinson, cuando nos encontramos en el momento de mayor concentración, los hemisferios de nuestro cerebro se sincronizan, provocando un estado de conexión neuronal que genera Mielina, una sustancia que envuelve y protege los axones de ciertas células nerviosas y que tiene como función principal aumentar la velocidad de transmisión del impulso nervioso, y ello mejora y multiplica por 500 la velocidad de aprendizaje.

Sin embargo, cuando estamos distraídos y nos dispersamos con facilidad, la consecuencia es la contraria: se activan una serie de circuitos en el cerebro que nada tienen que ver con lo que tenemos que hacer o aprender, provocando cansancio y dificultando la tarea a realizar.

El secreto para alcanzar un sueño y lograr el éxito reside en saber combinar lo que haces con lo que te gusta, de manera que se produzca ese estado de flujo o conexión neuronal. El secreto no es otro que descubrir cómo generar ese estado de flujo.

La motivación juega aquí un papel fundamental. Para descubrir cómo generar ese estado del que hablamos, es importante combinar tareas o actividades que te exijan estar en el límite superior de tus habilidades, con tareas o actividades que te gusten, con las que disfrutes, que te apasionen.

Pero no se trata de centrarnos en un objetivo concreto y olvidar todo lo demás. Esto es también contraproducente, ya que genera une estado de tensión constante, creando conflicto entre dos zonas del cerebro: la superior y la inferior.

La zona superior es involuntaria, automática, la que atiende a las emociones e intuiciones, la que dirige nuestras acciones…
La zona inferior actúa más despacio, atiende al esfuerzo, la disciplina, la voluntad; esta zona está capacitada para aprender nuevos hábitos y controlar la zona automática.
Estas dos partes de nuestro cerebro pueden estar sincronizadas o pueden entrar en conflicto. Y eso es algo que depende de nosotros mismos y que podemos controlar.

Lo importante es evitar que la parte emocional te domine. Si logras dominarla tú a ella, lograrás cualquier cosa que te propongas.

Sobre todo es importante controlar el miedo, que se encuentra dirigido por una zona del cerebro que recibe el nombre de Amígdala. Se trata de una zona primitiva y con cierta dosis de irracionalidad que actúa a modo de radar para ponerlos en alerta ante posibles amenazas. Es fundamental que seas tú quien dirige tu amígdala y no al revés. He ahí el kid de la cuestión, la clave de la inteligencia ejecutiva.